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Ficción

Bang

Bang

Quién no se deprime en verano, había dicho la última vez que nos vimos, y no pude sino estar de acuerdo cuando la vi llegar por fin, jadeando, con aquella camiseta de tirantes que iba dejando al descubierto los pliegues blancuzcos de su panza, las carnes bamboleándose al ritmo de sus pasos presurosos mientras se acercaba, toda gestos y ojos y manos regordetas, balbuceando no sé qué tonterías mientras, desde mi rincón a 40 grados a la sombra, yo me dedicaba a odiarla por la demora y a secarme el sudor de la frente. Llegó hasta mí dando saltitos que hacían temblar aún más sus carnes blandengues y temí que se le escapara una teta, Dios Santísimo, cómo podía vestirse así, ¿acaso no se había visto en un espejo? Ella murmuró una disculpa y me entregó el sobre, está completo, dijo, puedes contarlo, y lo hice rápidamente, sin sacar los billetes, antes de guardarlo en el bolsillo del pantalón. Muy bien, respondí, podemos proceder entonces. Ella pareció dudar y yo me impacienté, pero qué importaba si cambiaba de idea, me dije, ya tengo el dinero, eso es lo que cuenta. Estaba a punto de soltarle que no tenía todo el día, debía atender otros encargos, cuando me miró resueltamente y dijo vamos. Le pregunté si prefería que le tapara los ojos, porque soy un profesional y me gusta hacer las cosas bien, pero se negó. Cuando le disparé, su piel estalló como un globo.

 

El error

El error

El ladrón emergió del portal donde se ocultaba y encaró al hombre. Dame todo lo que tengas, le exigió, la navaja temblando en su mano. Con un suspiro, el hombre extrajo del bolsillo una pelota roja, una pluma y un mondadientes. Eso no, idiota, se impacientó el ladrón, lo que quiero es tu dinero, y el hombre extrajo del otro bolsillo una cajita de cartón, un huevo y una carta: el dos de corazones. Entonces el ladrón se abalanzó sobre su víctima y aterrizó a cuatro patas sobre un terreno áspero y frío, y de pronto un hambre atroz y el miedo y los callejones, y el desprecio de las otras ratas —extranjero, lo llamaban—, y ese tener que arrastrarse siempre entre las sombras.

Mal asunto atracar a un mago.

Los minicuentos del dictador: y 3

Los minicuentos del dictador: y 3

—Espejito espejito, ¿hay alguien en todo el mundo que sea más arrecho que yo?

El espejo le devolvió al dictador su propia imagen engalanada, y repitió las mismas palabras de todos los días:

—No, mi Comandante. No hay nadie en todo el mundo que sea más arrecho que usted, se lo aseguro.

—Ya lo sabía —murmuraba el dictador, se acomodaba la corbata y se iba a pelearse con el enemigo de turno.

El espejo esperaba a escuchar el portazo y luego reía, reía, reía a carcajadas.

Los minicuentos del dictador: 2

Al dictador le encantaba mirarse al espejo. Se pasaba horas contemplándose, ensayando gestos, miradas. Se probaba sus trajes de marca, sus corbatas. Daba la mano a un personaje imaginario, la elevaba en el aire como cuando pronunciaba un discurso, la sacudía con énfasis para recalcar alguna de las ilustres verdades que salían de su boca. Tanto le gustaba al dictador mirarse al espejo, que mandó instalar un Salón de Espejos muy cerca del Dormitorio Presidencial, para entrar allí todas las mañanas, ya duchado y vestido, y ensayar las posturas y gestos que luego reproduciría ante las cámaras de televisión y los flashes de los fotógrafos, ese ejército que lo esperaba ansioso, emocionado, ardiendo en deseos de grabarlo a él, de fotografiarlo a él, sólo a él, a él, a él.

Los minicuentos del dictador: 1

Al dictador no le gustaba estar solo. Necesitaba que un interlocutor valorara sus palabras sabias. Porque, sin testigos, ¿de qué valía su inteligencia? ¿De qué servía su retórica si nadie lo escuchaba? Por eso prefería rodearse de público, un público solícito que le riera los chistes y alabara sus ideas, que estuviera de acuerdo con sus opiniones. Un público que supiera escuchar, que temblara cuando él levantara la voz, que cantara cuando él quería cantar y saltara al unísono cuando él se aburría. El dictador evitaba a toda costa el silencio. Porque el silencio es como la intemperie: te enfrenta a ti mismo. En el fondo, el dictador tenía un poco de miedo. ¿Y si en realidad no era tan brillante? ¿Y si luego se demostraba que no tenía razón? Pero había un terror más apremiante, un terror profundo, un terror que se cerraba como un puño en torno a su garganta. El dictador temía quedarse sin voz. Sin público. Sin palabras.

Reencuentro

Y pensar que veinticinco, treinta años atrás iban al cine en autobús, y reían, y ella aprovechaba cualquier penumbra para dejarse explorar, celebrando en silencio cada nueva conquista de él, cada tímida incursión por nuevos territorios. Tantos años. Le sentaban bien las canas, no podía negarlo –aunque estaba claro: ella se conservaba mucho mejor. Lógico. Para algo tenía que servir tanto lifting y tanto gimnasio. Y ella sonríe y asiente mientras él adereza los éxitos cosechados, las empresas, el golf, los viajes, y ella contraataca, los hijos universitarios, el marido médico y la casa en las afueras, y él las vacaciones en Tahití, las lecturas, la comida asiática, y ella los nuevos muebles de la terraza, la colección de arte, la perrita pekinesa, y él me ha encantado verte, y el beso en la mejilla y lo guapa que estaba, y ella tú tampoco te ves mal, y la sonrisa coqueta y las miradas y ese silencio un tanto incómodo y ella duda y él parece que también y las risas nerviosas y ella hasta pronto y él ya nos vemos.

Supervivencia

Supervivencia

Qué gozada, dijo la libélula, volando sobre la superficie del agua cristalina. Qué gozada, dijo el pez, saltando sobre el agua y devorando de un bocado a la libélula. Qué gozada, dijo el hombre, al sacar la red del agua y ver cómo aleteaba el pez agonizante.

® 2007

Dice Valeria

Dice Valeria Es rarísimo. Además de mi papá y mi mamá, están los abuelos que son dos, las abuelas que también son dos, y otra gente que dicen que son mis tíos, y todos ellos me miran con cara de gafos, un montón de ojos y sonrisas y manos en todo lo que yo hago. ¿A dónde irán cuando no estoy? Yo creo que van al mismo lugar que el sol cuando lo guarda la noche, que debe ser un lugar muy grande para que quepa el sol y las calles y los árboles y las cajitas de mi abuela y tanta gente que aparece sólo cuando aparezco yo, que existe sólo para mirarme siempre con esas caras de gafos y me estrujan y me besan y no me dejan meter los dedos en esos huequitos raros que hay en la pared.

Cuentos hiperbreves: ¿oficio de flojos?

Una de las razones por las que casi no escribo cuentos es que me parece dificilísimo. Tanta precisión en tan poco espacio. Me encanta leerlos, pero a la hora de escribir, me siento mucho más cómoda con esa selva vasta que es la novela, en donde no tienes que ser tan perfecto. Las ideas que me asaltan suelen tener vocación de universos. Ya decían por ahí que uno no busca las ideas, las ideas lo buscan a uno. ¿Qué hago yo si las ideas que quieren convertirse en cuento me eluden? Por eso nunca se me habría ocurrido experimentar con la narrativa hiperbreve, de no haber sido por la insistencia de ese gran narrador oral y escritor y muchas otras cosas que es Francisco Garzón Céspedes, maestro y amigo.

Aquí va mi primer experimento.

 

AMORES

 

Desesperación

Cuando terminó de deshojar la margarita, continuó con los dedos de su mano derecha.

 

 

Misterio

En la penumbra, la mujer contempló la respiración pausada de su amante, perdido en quién sabe qué orillas del sueño. Quiso seguirlo. Se hundió en él y pasó al otro lado: un paisaje de estrellas y galaxias y al fondo su silueta, lejana, inalcanzable.

 

 

Germen

Él la mira pasar y ella sabe que él la mira, y se demora, duda, finge ver las vitrinas, se acomoda el bolso, y luego gira, decidida, y empuja la puerta y entra al café y se acerca a la barra y él la mira, la mira, y ella sabe.

Digresiones de principios de otoño

Resulta que mi blog ya cumplió un año y ni cuenta me di. Uno va por la vida así, de aquí para allá, y los días se suceden y pasan los meses y los años y uno sigue con la misma carrera. En fin. El asunto es que ya hace un año que empecé este experimento, y sigue siendo un experimento. Básicamente.

El verano ya da paso al otoño y la luz empieza a cambiar. Todo empieza otra vez. La semana que viene comienzan mis clases, lo que significa que hay que volver al madrugón. Nuevo año académico, nuevos alumnos. A ver quién toca esta vez.

Este año, sin embargo, las cosas van a ser un poco distintas. He establecido prioridades y he decidido que voy a ordenar mi vida en torno a la escritura. Es fácil decirlo, pero no ha sido nada fácil llegar a esta decisión. En primer lugar, porque nunca me he tomado demasiado en serio como escritora, y en segundo lugar, porque pensaba que era imposible. Pero, he decidido ser valiente y darle a la escritura el lugar que le corresponde. Se acabó el robar tiempo para escribir. Afortunadamente, ser profesora de inglés en empresas es una gran ventaja porque uno se hace su propio horario, y he decidido no trabajar después de las 4 de la tarde. Es verdad que a veces se hace cuesta arriba, los alumnos cancelan las clases y no las cobro, se ponen pesados, se me agotan las ideas, no encuentro materiales que valgan la pena, los autobuses siempre van llenos y la cantidad de libros, carpetas, cassettes y afines que tengo que llevar de aquí para allá me destroza la espalda, PERO... tengo tiempo para escribir, y no gano mal. Qué mas puedo pedir.

De manera que ahora la prioridad absoluta es la novela. Llevo 84 páginas. Hay días que fluye y días que no. Hay días que la adoro y días que la detesto. Hay días y días, pero yo, contra todo pronóstico, me aparezco y sigo trabajando. Yo misma me asombro. No parezco yo.

Cuento breve

Cuento breve Dentro de 25 años, un libro llegará a tus manos. Lo encontrarás entre las cosas viejas que guardan tus padres en la habitación cerrada, esa en donde acumulan todo aquello que no se atreven a tirar. Lo encontrarás lleno de polvo, las páginas amarillentas, la portada rota. Sin saber por qué, ese libro llamará tu atención. Habrá otros, claro, pero tú tomarás ese, precisamente ese, el mismo que ahora descansa sobre mi mesa. Con manos ansiosas lo abrirás, recorrerás sus páginas, leerás una frase, un párrafo, y te toparás con mi letra en los márgenes. Entonces empezarás a armar el rompecabezas. Lo entiendas o no, me encontrarás en las frases subrayadas, en mis comentarios, y mi ausencia ya no será tan vacía. Es probable que en mis palabras recuperes el tacto de estos brazos que tanto te sostuvieron. Es probable que así, mi muchachita, dentro de 25 años, sepas quién era esa mujer que era tu abuela, pronta a cumplir ochenta y tantos, cuando tú jugabas inocente en su regazo sin saber que pronto, muy pronto, ya no la tendrías más.