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sopotocientos

Navidad

Navidad Hay quien detesta estas fechas, y no se le puede culpar, la verdad. Todo es un estrés. La gente se aglomera en todas partes, los regalos, las cenas, la cantidad de dinero derrochado. En Madrid no se puede caminar. Pareciera que todo el mundo se puso de acuerdo para estar en el mismo sitio a la vez. Por televisión sólo se ven cuñas de perfumes o juguetes. Y luego está el estrés familiar: que si este año toca el 24 en casa de Fulano, y el 31 en casa de Mengano, y cuando hablamos de familias políticas la cosa se complica.

Dios, qué pesadilla.

Pero no, no, no. ¿Qué sentido tiene este batiburrillo de celebraciones y compras compulsivas y comida en exceso?

Bien. Es hora de remontarnos a los orígenes, de recordar qué es lo que realmente estamos celebrando. Porque hacer las cosas por hacer, sin que exista un significado detrás de la acción, es como volvernos robots. Simples carcasas de metal sin conciencia.

Volvamos, entonces, a esa familia buscando posada, a la que, a falta de algo mejor, se le ofreció un pesebre. Un pesebre para dar a luz a un niño.

¿Alguna vez se han imaginado a esa pareja? ¿Alguna vez han pensado en la angustia de no tener un techo ni siquiera para traer al mundo a un hijo? ¿Y en la alegría de esos padres primerizos al tener el niño finalmente en brazos? Un niño que no iba a ser cualquier niño, y que haya nacido en un pesebre… qué lección de humildad.

Pero todavía esa historia, que a mí me parece tan bonita, de José y María y la mula y el buey, se queda corta. Hay un significado que va mucho más allá de la mera anécdota religiosa, un significado que cobra vida cada diciembre. Un significado en el que participamos todos.

Tengo que admitir que desconfío mucho de la religión. Y sé que a más de uno, la historia de Belén les pone los pelos de punta: no quieren ni oír hablar de ella, aunque sí quieren los regalos y la bulla decembrina. Pero es que olvidamos lo esencial. Lo de menos de esta historia del nacimiento de Jesús es que haya sido cierta o no. Puede que sea una simple leyenda, ¿qué importa? Lo de menos es que creamos en ella o dejemos de creer. Lo de menos es si creemos o no en Jesús. Podemos creer en Dios o no. Podemos ser religiosos o no. ¿Pero quién no cree en un niño?

Pues bien, ese niño está presente. No se quedó en el pesebre hace dos mil años. Ese niño somos nosotros. Y no es otra cosa que nuestra capacidad de amar.

Eso es lo que celebramos. Por eso el afán de estar con los nuestros. Por eso los regalos: es una forma de decirles a los demás que nos importan. Simbolizan la entrega. Celebramos el amor, y la vida que comienza a cada instante, que cada instante se renueva (de ahí los arbolitos de Navidad, que simbolizan la vida). Y esto es algo que no tiene por qué tener nada que ver con la religión. Pero tampoco es algo que se pueda entender leyendo esto, porque va mucho más allá de las palabras. Hay que vivirlo.

Hagan la prueba. Cada vez que reciban un regalo, dense cuenta de qué es lo que están recibiendo en realidad. Cada vez que den un regalo, sepan lo que están dando. Que esta Navidad no sea una simple formalidad. Que cada celebración se convierta en un canto a eso que nos hace humanos, lo que verdaderamente le da sentido no sólo a las fiestas sino a cada día de nuestras vidas, y que no es otra cosa que nuestra capacidad de amar.

Les deseo unas Navidades llenas de lucidez y conciencia, para que la alegría brote desde el único sitio de donde sale toda alegría verdadera: desde la esencia.

2 comentarios

Gerardo -

Lo de la navidad es mucho más complejo de lo que la mayoría de la gente piensa y va desde la adaptación de la iglesia de algunos ritos solares paganos para ganar adeptos. el solsticio de invierno dur del 21 al 24 de diciembre y lo que se celebraba era la resurrección del sol, a mediados del siglo cuarto en el conciclio de nicea se decidió que se tomaría el 24 para celebrar la natividad y de ahí hasta hoy... lamentablemente mientras más se... menos creo...

Horacio -

Sí, lo importante es que una vez al año, "alguien", nos recuerda que debemos mantener viva esa capacidad de querer y dar, Feliz Navidad...