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sopotocientos

Proust, en la vida real

Hace unos días, en un restaurante de menú, pedí una crema de calabacín. Me trajeron la sopa que me daban cuando estaba chiquita. Era la típica crema de verduras que les dan a los bebés, o que me daban a mí en todo caso. Creo que no la había vuelto a probar desde que fui capaz de articular una oración completa. Hasta ahora.

Los recuerdos, sin duda alguna, se alojan en el cuerpo. Fue probar la sopa, y sentir una cantidad de sensaciones dentro de mí, en el cuerpo, de tal manera que si cerraba los ojos casi me parecía que al abrirlos iba a ser Mamama o Tita quienes me acercaban la cuchara diciendo "ahí viene el avioncito..."

Sueno cursi. Lo sé. Y sin embargo fue tan real. Pero lo que más me impactó fue recordar, re-sentir, lo querida que fui de niña. El amor también se aloja en el cuerpo. No se pierde. No se diluye en el recuerdo. Y yo recibí tanto, tanto, que era como si un animal dormido se despertara en mi piel y me desbordara de pronto. Lo volví a sentir, envolvente y diáfano, pero esta vez no venía de fuera. Todo este tiempo lo había tenido conmigo.

Todo esto me lleva a pensar que no he perdido ni a Mamama ni a Tita, mis queridas abuelas. Y también me lleva a darme cuenta de la gran suerte que he tenido al haber recibido tanto. ¿Qué más se puede pedir?

Es increíble cómo los sabores pueden ser capaces de despertar tantos recuerdos dormidos... qué lúcido el amigo Proust. Y qué suerte tuve yo de haber estado en ese lugar y de haber pedido justamente crema de calabacín. Seguro que no fue casual.

2 comentarios

Ximena -

Si definitivamente los sentidos evocan los recuerdos!!!

Topocho -

Y los olores también despiertan recuerdos en una forma muy poderosa.