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Siempre diecisiete

Siempre diecisiete Hoy, mientras caminaba por la Castellana con mis audífonos puestos, escuchando a Queen, y con un libro de Bolaño en la mano, me volví a sentir adolescente. En aquella época me protegía del mundo con mi walkman, en el que siempre sonaba U2, o Bruce Springsteen, o Dire Straits, o incluso a veces, cuando me sentía melancólica, las canciones de amor de Elvis Presley, porque en algunas cosas yo era una adolescente atípica, aunque en otras no me diferenciaba en nada de mis coetáneos. Me ponía, además, unos lentes oscuros que ahora que los recuerdo me parecen horrorosos, pero que en aquella época me parecían la esencia de lo cool, espejados y de un azul eléctrico bastante lamentable. Pero en aquella época yo sentía que me transformaba cuando me los ponía, y que casi parecía que no llevaba puesta la camisa del colegio, siempre por fuera, que acompañaba de mis zapatos de goma sucios, porque así debían ser, y los bluyines más viejos y gastados que tenía. Así me iba a mi casa caminando desde Chacaíto, que era donde estaba mi colegio, sin importarme el humo de los autobuses y las miradas de los obreros, que en Caracas, si eres mujer, siempre te van a lanzar miradas lascivas, aunque sexy no sea precisamente la palabra que mejor te describa, como me pasaba a mí cuando volvía del colegio en esa pinta que he descrito. Pero yo iba con mis audífonos y mis lentes y nada podía tocarme. Después descubrí la poesía. Fue por entonces cuando memoricé aquellos versos de José Santos Chocano:

¿Que retroceda yo? Salvaje anhelo:
Yo tiendo por instinto a alzar la frente,
El ave tiende por instinto al cielo,
Hoy nadie pone a mis furores raya,
Que si yo retrocedo es solamente
Cual lo hace el mar, para inundar la playa.

Versos que me parecían lo más sublime que se podía llegar a escribir. Por esa época adopté, como parte de mi atuendo, un libro de poesía, casi siempre el Inventario de Benedetti, que es el libro adolescente por excelencia, lleno de rebeldía diecisieteañera. Con el libro y los audífonos y los lentes me volvía invencible y miraba al mundo con cierta displicencia, sintiéndome inalcanzable como una súper heroína cuyo destino era el de Salvar algo que no sabía muy bien qué era, pero no importaba.

Pues bien. Hoy, caminando por la Castellana, volví a sentir esa sensación de libertad, que probablemente no sea tal, porque andar por la calle con unos audífonos sólo evita que uno escuche las cornetas de los carros y probablemente eso en sí mismo justifique su uso, pero uno también deja de escuchar cosas como el canto de los pájaros, caso de que los haya. Normalmente no.

Yo fui una adolescente soñadora y rebelde, generosa como todos los adolescentes, arrogante como todos los adolescentes, llena de preguntas, y pensaba que las respuestas estaban a la vuelta de la esquina, pero o nunca he terminado de doblarla o estaba totalmente equivocada, porque las preguntas siguen allí, acechando, igual que cuando tenía 17 y pensaba que yo había nacido para algo grande y noble.

Yo creía, a los 17, que la vida verdadera era la Vida con mayúscula, y que cuando realmente me ocurriera algo Grande habría fuegos artificiales y bailes en la calle. Cosas Grandes como Descubrir La Verdad o Enamorarme o Entender De Pronto El Sentido De La Vida. Vivir, entonces, sería algo Monumental, lleno de efectos especiales como en las películas. Pero la vida es más bien algo pequeño y vulgar, y descubrirlo si fue una verdadera desilusión, o mejor, una Desilusión. Porque se descubre, tarde o temprano se descubre. Das un beso y el mundo no se detiene. Descubres que estás enamorada, pero aparte de sentir las mariposas en el estómago (que incluso estas desaparecen y ya no vuelven), nada más cambia en tu vida, que sigue transcurriendo de la misma manera. Puede que seas un poco más feliz, pero el día se sucede a la noche como siempre y de los fuegos artificiales ni rastro. Y cuando te das cuenta de que has Descubierto una Gran Verdad, resulta que la verdad es pequeñita y deslucida, y no hay banda sonora, a no ser que lleves audífonos. Entonces uno se acuerda de cuando tenía 17 años, y se siente engañado.

Y descubres que, más que a una superproducción hollywoodense, la vida se parece sobretodo a un mal chiste. A veces el chiste te causa algo de gracia, pero sigue siendo malo. Y entonces te das cuenta de que todo este tiempo has estado buscando Lo Que No Es. La pregunta es, Qué Es Lo Que Es Entonces.

Y hasta que encuentres la respuesta, todo empieza otra vez.

Por eso es mejor no cumplir años, y tener siempre 17. Mirar al mundo con esa mezcla de curiosidad, extrañeza y falta de sentido del ridículo que caracteriza a esa edad, y creer que un libro de poesía debajo del brazo nos protege contra la Incomprensión Del Mundo Real, que es aquel en el que lo único importante es Acumular Posesiones y que en varias etapas de nuestro deambular conseguirá atraparnos, hasta que salimos a caminar con unos audífonos puestos y recuperamos a esos 17 que en realidad nunca hemos perdido.

1 comentario

Guillermo -

Me trae muchos recuerdos tu post, por tantas cosas, principalmente por los lentes horribles que en ese momento eran la esencia de lo cool, (los mios eran redondos, espejados...Dios mio), por oir a Queen, por caminar por La Castellana, (en mi caso era los Palos Grandes), y por pensar eso de que la vida en mayusculas no habia empezado todavia. Lo mas comico es que cuando te das cuenta, ya llevas viviendola muchisimo, jeje :-)