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sopotocientos

Reencuentro

Y pensar que veinticinco, treinta años atrás iban al cine en autobús, y reían, y ella aprovechaba cualquier penumbra para dejarse explorar, celebrando en silencio cada nueva conquista de él, cada tímida incursión por nuevos territorios. Tantos años. Le sentaban bien las canas, no podía negarlo –aunque estaba claro: ella se conservaba mucho mejor. Lógico. Para algo tenía que servir tanto lifting y tanto gimnasio. Y ella sonríe y asiente mientras él adereza los éxitos cosechados, las empresas, el golf, los viajes, y ella contraataca, los hijos universitarios, el marido médico y la casa en las afueras, y él las vacaciones en Tahití, las lecturas, la comida asiática, y ella los nuevos muebles de la terraza, la colección de arte, la perrita pekinesa, y él me ha encantado verte, y el beso en la mejilla y lo guapa que estaba, y ella tú tampoco te ves mal, y la sonrisa coqueta y las miradas y ese silencio un tanto incómodo y ella duda y él parece que también y las risas nerviosas y ella hasta pronto y él ya nos vemos.

5 comentarios

Vivian -

Qué pena, Basu... Estuve en la Costanilla de San Andrés a eso de las cinco pero no te vi...

Basurerodetinta -

Hoy al final no nos hemos visto...Tenia tu dibujo apartado para dártelo. Me gusta el cuento.

Vivian -

Silmariat: Muchas gracias por tus palabras. Me alegro de que hayas encontrado esta puerta. Un saludo, amigo.

MO: Gracias por tus elogios! Tenemos pendiente ese té- con hielo, que está pegando el veranito. Un abrazo!

Mil Orillas -

!Qué bueno, Vivian!

Es divertido, inteligente y con excelente ritmo!
cariños!

Silmariat..., agradecido -

La vida es un pasillo enorme con miles puertas, que a su vez encierran otros tantos pasillos con otras tantas puertas. Rayuela pues, y que me perdone Cortázar.

Entre esas puertas, una voz me regaló la llave que me trajo aquí. Encontré un tesoro sonoro que desde mis 9 años buscaba, sonidos de merienda a eso de las 4 de la tarde y carros de juguete que yo veía bajar la cuesta, allí en mi trono del balcón de la esquina Abanico, a una cuadra de La Pelota.

Ellos, los de tu relato, quizás caminaban conmigo, quizás los conozca, quizás son felices con las puertas que abrieron, quizás ahora tomen -por separado- una copita de vino y mirarán hacia allá, a través de la ventana sin abrir la cortina…, estrenando un extraño e inexplicable brillito melancólico en la mirada, quizás se quedaron con los “futuribles” del sacerdote vestido de noche allá en la nacha universidad caraqueña, quizás la vida no les dio otra oportunidad, quizás son muchos los quizás...

Yo por aquí, le agradezco a la vida por dejarme pisar por tu pasillo.

Todo lo mejor para ti.