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sopotocientos

Los minicuentos del dictador: 1

Al dictador no le gustaba estar solo. Necesitaba que un interlocutor valorara sus palabras sabias. Porque, sin testigos, ¿de qué valía su inteligencia? ¿De qué servía su retórica si nadie lo escuchaba? Por eso prefería rodearse de público, un público solícito que le riera los chistes y alabara sus ideas, que estuviera de acuerdo con sus opiniones. Un público que supiera escuchar, que temblara cuando él levantara la voz, que cantara cuando él quería cantar y saltara al unísono cuando él se aburría. El dictador evitaba a toda costa el silencio. Porque el silencio es como la intemperie: te enfrenta a ti mismo. En el fondo, el dictador tenía un poco de miedo. ¿Y si en realidad no era tan brillante? ¿Y si luego se demostraba que no tenía razón? Pero había un terror más apremiante, un terror profundo, un terror que se cerraba como un puño en torno a su garganta. El dictador temía quedarse sin voz. Sin público. Sin palabras.

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