¿Quién carrizo me manda?
No quisiera presumir, pero la verdad es que soy una persona muy inteligente y astuta. El problema es que utilizo esas cualidades en lo que no debería. Una de mis habilidades más recientemente descubiertas es la de escaquearme para no escribir cuando me acerco a terrenos peligrosos. Es automático. Apenas me estoy acercando a una escena de la novela que me compromete, asusta, amenaza o duele, o que simplemente no sé cómo encarar, automáticamente me invento una excusa para levantarme y no seguir escribiendo. De pronto me entra un hambre atroz, o me duele la cabeza, o recuerdo que es urgente que ponga la lavadora. Me dan unas ganas terribles de hablar por teléfono con mi mamá, me acuerdo de alguna amiga de la que hace tiempo no sé nada y me parece que me voy a morir si no la llamo en el acto. O me entra una necesidad imperiosa y urgente de limpiar la cocina (habráse visto). Me acuerdo de que no tengo frutas y me digo que sin frutas no puedo vivir, por lo que se hace absolutamente vital bajar en el acto a la frutería. O, la técnica más reciente, me entra un sueño incontrolable y de pronto me encuentro incapaz de seguir escribiendo sin que se me cierren los ojos. Incluso a veces hasta me mareo, y mareada no puedo escribir, desde luego. Mis formas de manipularme a mí misma no tienen fin, y cada vez son más sofisticadas. Ayer me dije que no me levantaría de mi escritorio bajo ningún pretexto antes de que hubiera terminado (terminado de verdad, me refiero, no después de escribir un solo párrafo). El resultado fue que escribí durante media hora y el resto del tiempo lo pasé allí, frente a la pantalla, recreándome en la inmensa tristeza que me daba pensar que algún día terminaría la novela y tendría que despedirme de mis personajes. Estoy que no me soporto, la verdad. Ando con las emociones revueltas, una ansiedad perenne y la cabeza llena de dudas. Aún así persisto. No sé por qué. Supongo que por pura terquedad.
3 comentarios
Alejandra -
Elena -
Gusblog -