Blogia
sopotocientos

Día a Día

Ouch!

Me botaron del trabajo. Dar clases a niños no es lo mío. Y menos de inglés.

Me di cuenta de ello más o menos a la segunda semana de empezar. Nunca le había dado clase a niños y la verdad es que nunca me había interesado, hasta que surgió este trabajo en donde las condiciones no estaban mal - pero la verdad es que de no haber sido por eso, ni siquiera me lo habría planteado.

Me gusta dar clase, pero a adultos. No hay que andar detrás de ellos para que hagan la tarea, ni para que no rayen los pupitres. Si no entienden algo te lo preguntan, y nadie les obliga a ir a clase - ellos van solitos. Si no te ha dado tiempo de preparar nada, les preguntas por sus hijos, por el trabajo, o comentas el juego de fútbol de ayer. Haces amigos. Y es reconfortante cuando te dicen, "qué buena clase, lo entendí todo". Con niños, en cambio, tienes que invertir el doble de tiempo en preparar la clase, en inventar juegos, en cortar y pegar. Tienes que hacer que aprendan sin que ellos se den cuenta, y tienes que tener diez pares de ojos para dar la clase, estar pendiente de que nadie se meta con nadie, de que los más rápidos no se aburran y los más lentos entiendan, de que se estén divirtiendo. No, pana. Esa vaina no es lo mío.

Lo que pasa es que claro, hubiera sido más lindo ser yo la que comunicara mi cese al centro, y no al revés. Hubiera sido más digno. Pero yo estaba esperando a que pasaran las vacaciones de Navidad. En fin, qué se la va a hacer, se me adelantaron, pero bueno, me quedan unas tres semanitas de pesadilla y ya está, seré libre de nuevo. Mientras tanto me lo tomaré con calma.

-Teacher, teacher, can I go to the toilet?
-Yes you can.
-Can we draw? Can we play?
-Yeah, yeah, whatever you want, just pretend you're doing something in case the director comes, okay?

33

33 Bien, ya llegué a esa edad mítica. No hace mucho cumplir años era una ilusión y no una amenaza. Cada año me acercaba al futuro, que me imaginaba como una mezcla de aventura, independencia y éxito. El futuro era el lugar en el que se acababan los miedos. Pero pasan los años y te das cuenta de que el miedo siempre va a estar ahí acechando, por más que hayas superado obstáculos, por más que te hayas probado a ti mismo una y otra vez, por más victorias, siempre va a haber una parte de ti que no sabe, que duda, que tiene, en definitiva, miedo.

Hace días y días que no escribo en mi blog, y la noticia de los 33 es vieja ya. Pero tenía que escribirlo igual. Los días se van sucediendo y cada vez me doy más cuenta de que no es allá que está la meta, en un futuro inexistente e incierto, sino ahora, en este momento, en este instante, que es lo único que puedo considerar mío.

Estoy retomando el rumbo perdido. He retomado (gracias a Bolaño) aquella novela que había dejado abandonada hace tiempo, que se me había muerto por dentro de pronto. Yo pensaba que nunca más iba a vivir y resulta que aquí está, viva y con ganas. ¡Solamente eso ya es tanto!

No están mal los 33 después de todo.

La gripe, la luna, y otras consideraciones

Todo el fin de semana con gripe, inmersa en una suerte de delirio surrealista, como si me moviera en un universo paralelo que me recuerda muchísimo a la carta de La Luna en el Tarot: un perro aullando, una suerte de ¿alacrán? en un estanque, la luna, cómo no, fantasmagórica en el fondo. El subconsciente, dando vueltas, desechando imágenes, reutilizando fragmentos de vivencias que habían quedado olvidados. Yo, mi yo consciente, quiero decir, no interviene para nada en el proceso; a lo sumo me sumerjo en un sopor extraño, envuelta en una cobija frente a la televisión. Imágenes que no sabría describir pasan por mi mente. Palabras sueltas. Colores. Y afuera el frío.

La conclusión inmediata es que las pastillas que tomo para aliviar el malestar me drogan. Pero voy más allá y me acuerdo de lo que la gripe es en realidad: un mensaje inequívoco del cuerpo, que no puede más, que pide una tregua, que se enferma porque sabe que de otra manera no lo escucharía.

El otro día, en el curso de Shiatsu, Pedro, mi profesor, me tomó el pulso. Me dijo que estaba con demasiadas cosas, que mi energía estaba agotada, y que mi cuerpo estaba echando mano de la Esencia de Riñón, que es como decir la energía primigenia, aquella que traemos de nuestros padres. Eso me alarmó. Me di cuenta de que si seguía con el ritmo que he llevado hasta ahora me iba a enfermar. Decidí parar un poco y dejar algunas clases.

Interpreto esta gripe como la primera señal de advertencia. De vez en cuando me viene bien detenerme y replantearme mis prioridades, revisar cómo he ido llevando mi vida hasta ahora y cómo lo voy a hacer de ahora en adelante. Y hay cosas que van a cambiar. Antes de internarme de nuevo en esos oscuros pasadizos de la mente que he estado visitando en mis sueños febriles, tomo nota de unas cuantas llamadas telefónicas que haré mañana a primera hora, para empezar.

Afuera brilla La Luna.

Lluvia

Todo el día lloviendo. El paraguas, el autobús, las carpetas. Se hace tarde. El reloj. Las botas. Entrar y salir y volver a entrar una vez más y de nuevo la lluvia, de nuevo. El agua se mete por las ranuras, se cuela en la cartera, me moja los libros. Yo no paro. No tengo tiempo. Si saber cómo, de pronto ya no estoy. Sigo moviéndome, alguien (¿mi mano?) sostiene el paraguas. No soy yo. Ya no estoy. Me quedé agazapada en algún portal, en alguna boca de metro, en la cama que estaba tan tibia antes de salir por la mañana. Esta otra, la que lleva el paraguas, se mueve con eficiencia, pero sin sentido. El paraguas. El metro. Las mismas palabras gastadas. Sigue lloviendo.

¡Qué semanita!

Ayer se fue la Comadre, y como siempre, no nos bastó el tiempo. Nos contamos muchas cosas pero siempre faltan otras por decir. Suele ser así. Pero no me quejo: aunque fueron pocos días, fue un verdadero privilegio tener aquí a la Comadre.

Hoy he necesitado todo el día para digerir su visita, y sobretodo, su ausencia. Soy un poco lenta para estas cosas. Por otra parte, han sido unos días tan agitados, que siento la necesidad de detenerme y ponerme en contacto conmigo misma de nuevo. Recargar las pilas. Mariano se fue al juego de basket del Estudiantes, yo no pude. No tuve fuerzas.

Me pregunto qué estará haciendo la Comadre ahora. Seguramente estará contándole a la gente acerca de Madrid. ¡Qué ganas de estar allá! Hace dos años y medio que no voy a Caracas. Si consigo una buena oferta me escapo para el puente de noviembre.

¡Llegó la Comadre!

Les cuento que la Comadre (ver post del 2/10) ya está aquí. Finalmente pudo arreglar su problema con el pasaporte y llegó ayer en la mañana. Apenas la pude ver un ratico al mediodía, pero fue tan sabroso el abrazo! Como si el tiempo no hubiera pasado. Como si nos hubiéramos visto ayer. Es tanto lo que nos une y lo que hemos compartido, que ni siquiera hace falta que nos digamos nada para saber en qué anda la otra. Nuestros procesos suelen ser paralelos: vivimos cosas parecidas, llegamos a las mismas conclusiones, ella en Caracas y yo en Madrid. Y ahora está aquí, y es tan reconfortante tenerla cerca. Habrá tiempo para tomarnos todas las cervezas (¡y las tequilas!) que no nos hemos tomado en dos años y medio.

Últimamente estoy bastante eufórica. Tengo una energía impresionante. Será la llegada de la Comadre, será que sorprendentemente me gusta mi trabajo nuevo (es divertido dar clase a niños). No sé. Mientras dure, genial. Me siento bien, y las cosas empiezan a enderezarse. Mirándolo más de cerca, me doy cuenta de que en realidad no ha cambiado nada, sólo ha habido en mí un pequeño cambio de perspectiva. Es increíble como con una cosa tan sencilla se puede lograr tanto.

Lo que me pasó hoy

5:50 AM.. Suena el despertador. Ya estaba despierta. No he podido pegar ojo en toda la noche.

6:05 AM. En el espejo del baño mis ojos se ven rojos. Anoche estuve en la Casa de Granada, un bar en Tirso de Molina que queda en la planta alta de un edificio. Desde su terraza se ve Madrid. ¿Por qué estoy levantada a estas horas un día sábado? Porque viene la Comadre, y voy a buscarla al aeropuerto.

6:25 AM. Ya lista, salgo a la calle. Tengo como 5 contracturas en el cuello y los hombros. Todavía es noche cerrada y hace un poco de frío. Como hace tiempo que no salgo a destruirme, me sorprendo al comprobar que hay mucha vida en los alrededores de Atocha: la gente a estas horas sale de las discotecas y se va a tomar churros con chocolate en los bares atestados. No hace mucho yo también hacía lo mismo. Cómo nos cambia la vida. (Lo digo sin ninguna nostalgia, la verdad. Ni por un momento volvería atrás).

6:40 AM. Me monto en el tren hacia Nuevos Ministerios. He quedado con Isabel a las 7 en la estación de Colombia, para seguir las dos al aeropuerto. Se supone que el vuelo de la Comadre llega a las 7, pero entre que salga y busque las maletas calculamos que pasará por lo menos media hora.

7:15 AM. Ya en el aeropuerto, nos damos cuenta de que no tenemos idea de la aerolínea ni mucho menos el vuelo. Mala señal. Vemos en las pantallas que los vuelos procedentes de Caracas llegan a las 7:45. Le enviamos un mensaje a A. (mi ex y compadre de la comadre). Nos responde que ha visto en la página web del aeropuerto que el vuelo salió con retraso y llegará a las 8:05. Isabel y yo nos damos cuenta de que hubiéramos podido dormir una hora más (o al menos permanecer en la cama con los ojos abiertos). Queremos matar a alguien. En vez de eso decidimos tomarnos un café.

7:30 AM. El café con leche y unas galletas nos han devuelto a la vida. Hablamos de todo un poco mientras esperamos que pase el tiempo. Una pareja ha dejado a su bebé en el coche mientras despreocupadamente se dirigen al self-service. En nuestras mentes latinoamericanas no cabe semejante descuido: cualquiera podría llevarse a la bebé. Qué angustia.

8:30 AM. Veo pasar a A. a toda prisa, hacia la puerta 1, por donde debería salir la Comadre. A. tiene el mismo tumbaíto de toda la vida (nos conocemos desde los 17 años).

8:35 AM. El encuentro con A. es cálido y eso me reconforta. Me sorprende sentirme tan distendida. Está más delgado que la última vez que lo vi. En las pantallas, vemos que el vuelo se ha retrasado - ¡hasta las 12:45! A. dice que Santa Bárbara siempre se retrasa. Si hubiera ventanas, me lanzaría por una.

8:37 AM. A. quiere ir a desayunar, pero Isabel se entera de que nuestro amigo Jesús, que trabaja en el aeropuerto y a quien no vemos desde hace años, está de servicio. Decidimos ir a verlo al terminal de vuelos nacionales.

9:30 AM. Nos vamos, pero volveremos. Paramos a desayunar en un café cerca de la casa de Isabel. Al rato ésta se despide. A. y yo nos quedamos conversando y luego me lleva a mi casa. Quiero dormir.

11.00 AM. No puedo dormir.

1:10 PM. A. me pasa buscando para volver al aeropuerto. Qué distinto es ir en carro. En el camino hablamos de todo un poco. Estoy contenta.

1:30 PM. El vuelo de la Comadre ya llegó. Nos ponemos a esperar a que salga.

2:05 PM. Ni rastro de la Comadre.

2:35 PM. Empezamos a ponernos nerviosos. Preguntamos a un vigilante por la Comadre, nos dice que no puede darnos ninguna información, que lo único que podemos hacer es preguntar en la policía. Preguntamos en Santa Bárbara. Nos dicen que a lo mejor la están interrogando. Ni que se tratara de un criminal. ¿Será que le metieron una vaina en la maleta? En la policía nos dan un número de teléfono que siempre está ocupado.

3:15 PM. De la Comadre todavía no se sabe nada y hace más de dos horas que llegó su vuelo. No queremos llamar a su mamá en Caracas porque se va a morir de la angustia. Además, si la Comadre no se hubiera embarcado, nos habrían avisado. El celular de la Comadre tampoco responde.

3:40 PM. Intentamos llamar a la Comadre una vez más, y esta vez, atiende.

-¿Dónde estás?- pregunta A.
-En Caracas – responde ella.

La cara de A. se transforma mientras me cuenta, con el auricular en la mano, que es mañana cuando la Comadre llega. ¡La gran caraja nos había dicho a todos que llegaba el sábado a las 7 de la mañana, pero resulta que era el sábado que se embarcaba, y llegaba el domingo! La insultamos. Lógicamente. Y luego nos vamos a descargar nuestra arrechera en un MacDonald’s, que no es el mejor lugar para estos menesteres, pero es barato. Que nadie se nos cruce por delante porque lo matamos.

10:00 PM. No tengo la más mínima intención de desplazarme mañana al aeropuerto. A. seguro que sí va, porque es un santo. En cuanto a mí, si alguien se atreve a despertarme antes del mediodía, más le vale que rece por su vida.

Down

Hay días en que me quedaría en mi casa, mirando por la ventana, sin mover un músculo. Días en que cualquier esfuerzo, por mínimo que sea, se siente tan cuesta arriba que más valdría no hacer nada. Pero no me puedo detener. Hay obligaciones que cumplir, objetivos que alcanzar, llamadas, citas. Y el autobús, y el metro, y el verano que no se termina de ir, pero tampoco quiero que se vaya.

Hay días y hay días.

Soy un péndulo. Voy de un lado a otro. Mi humor va de un lado a otro y no termino de centrarme, por más tai chi, por más reiki que haga. Supongo que es cuestión de tener paciencia, de esperar a que el péndulo finalmente se detenga en el centro.

En estos momentos es perfecto el ocio creativo. Simplemente no hacer nada.

Una vocecita: Blanca. Mi personaje. Pero no, ahora no.

Afuera brilla el sol. Está por acabarse la tarde. Se nota que anochece más temprano. Yo estoy aquí, con dolor de espalda, como siempre, como siempre, como siempre.

Algo tiene que cambiar, algo va a cambiar. Voy a salir, voy a mover un poco las piernas, a ver qué me dice la tarde.

Personajes y nostalgias

Personajes y nostalgias Días sin escribir porque he tenido la cabeza puesta en la búsqueda de trabajo. Ya conseguí, eso parece, y no está mal, así que ahora podré dedicar mi cabeza a otras cosas.

A pesar de no haber trabajado en la novela últimamente, me ronda en la cabeza la nueva historia, y por ahí sale Blanca, mi personaje, que está más viva que mucha gente con la que me topo por la calle. En mis idas y venidas por Madrid, en mis eternos viajes en metro y autobús, de un lugar a otro, tengo la oportunidad de observar a la gente. Me pregunto entonces cómo se movería Blanca entre ellos, y casi la veo entre la gente, aferrada a su bolso, intentando leer un libro a pesar de los empujones (creo que lo que está leyendo es Madame Bovary). Blanca trabaja en lo mismo que yo: es profesora de inglés. La diferencia es que ella lo odia y yo, a fuerza de repetir mil veces las mismas cosas, le he tomado cariño al trabajito: después de todo, es lo que me ha mantenido desde hace ya unos años. Atrás quedó mi flamante diploma de Comunicadora Social – pero eso cada vez duele menos. Lo mejor de dar clases es que tengo tiempo para hacer otras cosas, como por ejemplo pasarme un jueves por la mañana escribiendo. Por la ventana miro el cielo azulísimo, y me pregunto qué será de la vida de García Madero, el personaje de Los Detectives Salvajes (ya me acerco al final) que apareció al principio de la novela y no se le ha vuelto a ver. Curioso que en la segunda parte del libro, Los Testimonios, nadie lo mencione. En todo caso, ¡quién escribiera como Roberto Bolaño!

Noto que a medida que voy resolviendo cosas, la escritura se vuelve más fluida. Es como el agua de un río. Se me antoja fresca, y el sol brillando entre las hojas de los árboles. Cierro los ojos y casi estoy allí, en Sabas Nieves, cuando en vez de subir la cuesta de los amantes del ejercicio te metías por ese otro caminito que conducía a un riachuelo. Era sabroso mojar allí los pies. El paisaje era idílico, ¡y todo eso en medio de la ciudad! Esas son las cosas que tiene Caracas que no encuentras en ningún otro lado. (La nostalgia, de nuevo).

Esta mañana recibí un mail de mi comadre del alma. Dice que si todo sale bien, podría estar aquí el 3 de octubre. ¡El 3 de octubre! ¡No falta nada! Ya me veo recibiendo a la comadre en el aeropuerto, saboreando ese poquito de sol caribeño que sin duda se traerá con ella. Ojalá que venga. Será como unir Caracas y Madrid. Una vez más.