Blogia

sopotocientos

Presencia

Entré en tu cuarto
pocos días después de tu muerte.
Tu cobija a cuadros rojos estaba
cuidadosamente doblada
sobre tu cama.

Me envolví en ella y
me senté en el piso.
Olía a ti:
una mezcla de tu perfume
medicina
jabón talco orina tú
tú en tus
últimos días.
Tu olor impregnó el cuarto
tu cuarto con tus libros
tu espejo tus cuadros
llenándolo con tu presencia.

Me quedé así, envuelta en ti,
hasta que tu olor se disolvió
y ya no pude tocarte.

(R)1998

Los detectives salvajes II

Los detectives salvajes II

Confieso que me he enamorado un poco de Arturo Belano. No sé por qué. Probablemente, si se tratara de un hombre de carne y hueso, hubiese salido corriendo en la dirección contraria. Después de todo, Belano está un poco loco. Y tanta excentricidad junta, en la vida real, me estresa. Bastante tengo con la mía. Pero Arturo Belano es un personaje, y los personajes pueden darse esos lujos. A ellos les permitimos cosas que no toleraríamos en la vida real, es más, nos gusta que sean así, que se salgan de lo común, porque si no, no nos tomaríamos la molestia de leerlos. Ese duelo, por ejemplo. Un duelo en las postrimerías del siglo XX. Cierro los ojos y veo a Arturo, ya cuarentón (lo he seguido a lo largo de 20 años de su vida, contenidos en más de 200 páginas), blandiendo la espada en una playa de Cataluña, como si de un mosquetero se tratara; pero no, es simplemente un novelista dispuesto a lanzarse contra un crítico que no ha sido muy elogioso con su último libro. ¿A quién se le ocurre? La idea es tan loca y tan romántica a la vez, que ahí me veo yo, convertida también en un personaje de Bolaño (¿acaso yo, a los 20 años, no hubiese estado encantada de ser una poeta real visceralista?), esperando para abrazar a Arturo después de la contienda.

Habrase visto tamaño disparate.

Y como Roberto Bolaño es un escritor tan misterioso, y no te deja claro el resultado del duelo, he seguido leyendo y leyendo hasta encontrarme a Arturo un tiempo después, vivo y en África, y resulta que es ahora el crítico con quien sostuvo el duelo el que le envía desde España las medicinas que en África no se consiguen (el pobre Arturo está delicado de salud). Y me río.

Ay, los amores de papel. Quiero terminar este libro, pero no lo quiero terminar.

(Aclaro, antes de que me meta en problemas, que los amores de papel en nada hacen peligrar a los de carne y hueso, no vaya a ser que se me asuste Mariano, que es todo en la vida).

Down

Hay días en que me quedaría en mi casa, mirando por la ventana, sin mover un músculo. Días en que cualquier esfuerzo, por mínimo que sea, se siente tan cuesta arriba que más valdría no hacer nada. Pero no me puedo detener. Hay obligaciones que cumplir, objetivos que alcanzar, llamadas, citas. Y el autobús, y el metro, y el verano que no se termina de ir, pero tampoco quiero que se vaya.

Hay días y hay días.

Soy un péndulo. Voy de un lado a otro. Mi humor va de un lado a otro y no termino de centrarme, por más tai chi, por más reiki que haga. Supongo que es cuestión de tener paciencia, de esperar a que el péndulo finalmente se detenga en el centro.

En estos momentos es perfecto el ocio creativo. Simplemente no hacer nada.

Una vocecita: Blanca. Mi personaje. Pero no, ahora no.

Afuera brilla el sol. Está por acabarse la tarde. Se nota que anochece más temprano. Yo estoy aquí, con dolor de espalda, como siempre, como siempre, como siempre.

Algo tiene que cambiar, algo va a cambiar. Voy a salir, voy a mover un poco las piernas, a ver qué me dice la tarde.

En Castelldefels

Este mar no es el mío:
sus aguas, aunque tibias,
no tienen el mismo color
azul cristalino.
Esta playa no tiene cocoteros
ni uvas de mar, su arena
no ofrece ningún consuelo al visitante
que quiera guarecerse de la furia del sol.
Este mar no es el de mi niñez.
Me faltan los vendedores de empanadas,
niños como yo, recorriendo la playa
con cavas de anime blanco,
ofreciendo de queso o carne las delicias
que sus madres se habían levantado a preparar
antes de que cantaran los gallos.
Esta playa no es la misma por la que solía correr de niña,
pero yo tampoco soy aquella niña.

Un ser humano tiene muchas patrias.
Hoy mi patria es mi vientre:
me llevo a mí misma en las entrañas,
en una gestación eterna.
Es por eso
que aunque este mar no sea mi mar,
también puedo sentirlo mío,
tan mío como esta patria portátil
que arrastro conmigo, sin proponérmelo.

(R)2003

Personajes y nostalgias

Personajes y nostalgias

Días sin escribir porque he tenido la cabeza puesta en la búsqueda de trabajo. Ya conseguí, eso parece, y no está mal, así que ahora podré dedicar mi cabeza a otras cosas.

A pesar de no haber trabajado en la novela últimamente, me ronda en la cabeza la nueva historia, y por ahí sale Blanca, mi personaje, que está más viva que mucha gente con la que me topo por la calle. En mis idas y venidas por Madrid, en mis eternos viajes en metro y autobús, de un lugar a otro, tengo la oportunidad de observar a la gente. Me pregunto entonces cómo se movería Blanca entre ellos, y casi la veo entre la gente, aferrada a su bolso, intentando leer un libro a pesar de los empujones (creo que lo que está leyendo es Madame Bovary). Blanca trabaja en lo mismo que yo: es profesora de inglés. La diferencia es que ella lo odia y yo, a fuerza de repetir mil veces las mismas cosas, le he tomado cariño al trabajito: después de todo, es lo que me ha mantenido desde hace ya unos años. Atrás quedó mi flamante diploma de Comunicadora Social – pero eso cada vez duele menos. Lo mejor de dar clases es que tengo tiempo para hacer otras cosas, como por ejemplo pasarme un jueves por la mañana escribiendo. Por la ventana miro el cielo azulísimo, y me pregunto qué será de la vida de García Madero, el personaje de Los Detectives Salvajes (ya me acerco al final) que apareció al principio de la novela y no se le ha vuelto a ver. Curioso que en la segunda parte del libro, Los Testimonios, nadie lo mencione. En todo caso, ¡quién escribiera como Roberto Bolaño!

Noto que a medida que voy resolviendo cosas, la escritura se vuelve más fluida. Es como el agua de un río. Se me antoja fresca, y el sol brillando entre las hojas de los árboles. Cierro los ojos y casi estoy allí, en Sabas Nieves, cuando en vez de subir la cuesta de los amantes del ejercicio te metías por ese otro caminito que conducía a un riachuelo. Era sabroso mojar allí los pies. El paisaje era idílico, ¡y todo eso en medio de la ciudad! Esas son las cosas que tiene Caracas que no encuentras en ningún otro lado. (La nostalgia, de nuevo).

Esta mañana recibí un mail de mi comadre del alma. Dice que si todo sale bien, podría estar aquí el 3 de octubre. ¡El 3 de octubre! ¡No falta nada! Ya me veo recibiendo a la comadre en el aeropuerto, saboreando ese poquito de sol caribeño que sin duda se traerá con ella. Ojalá que venga. Será como unir Caracas y Madrid. Una vez más.

Los detectives salvajes

Los detectives salvajes

Todavía voy por la mitad de este libro, pero es de esos que te enganchan desde el principio y ya no los puedes soltar más. A mí me recuerda muchísimo mi adolescencia, marcada por el amor a la poesía y la aventura. Se trata de un grupo de jóvenes poetas en el DF mexicano, pertenecientes a un ¿movimiento? ¿corriente? literaria que ellos han bautizado “realismo visceral”. En realidad, ninguno de los preceptos que ellos defienden aparece descrito en el libro, salvo el odio exacerbado a Octavio Paz. De resto, lo que tienen en común estos chicos es su juventud y su irreverencia.

La trama abarca veinte años y se desarrolla en muchos países distintos. Está narrada por una multitud de voces que aporta, cada una, un pedacito de la historia de esos dos personajes deliciosos, Ulises Lima y Arturo Belano, los detectives salvajes que van en busca de Cesárea Tinajero, poeta mexicana desaparecida en los años 20. El resultado es una serie de fragmentos que van construyendo el todo como si de un mosaico se tratara.

A mí me divierte muchísimo. Es como ir recogiendo migajitas de la historia, aquí y allá. No había leído nada de Roberto Bolaño, pero a partir de este libro (premios Herralde y Rómulo Gallegos, por cierto) voy a empezar a explorar a este autor.

Leo que Bolaño, como los personajes de su libro, también viajó por Latinoamérica y trabajó en multitud de oficios, hasta que pudo ganarse la vida gracias a los premios literarios. Pienso entonces en Virginia Woolf y en su habitación propia. Ella decía que para escribir hay que tener resuelto el tema económico, porque de otra manera las preocupaciones se interponen entre el escritor y el papel. Eso lo he vivido en carne propia. Pero entonces se me cruza Bolaño y me demuestra que eso no siempre es cierto. Me pregunto entonces cuál es el motor que lo lleva a uno a escribir, a enfrentarse día tras día con la página, a pesar de todo. Y concluyo: creo que la escritura en muchos casos se reduce a una cuestión de terquedad. Estoy hablando de mí, desde luego. Es como decir, vale, sí, es un poco loco esto de escribir pero lo hago porque me da la gana, y punto.

Cuento breve

Cuento breve

Dentro de 25 años, un libro llegará a tus manos. Lo encontrarás entre las cosas viejas que guardan tus padres en la habitación cerrada, esa en donde acumulan todo aquello que no se atreven a tirar. Lo encontrarás lleno de polvo, las páginas amarillentas, la portada rota. Sin saber por qué, ese libro llamará tu atención. Habrá otros, claro, pero tú tomarás ese, precisamente ese, el mismo que ahora descansa sobre mi mesa. Con manos ansiosas lo abrirás, recorrerás sus páginas, leerás una frase, un párrafo, y te toparás con mi letra en los márgenes. Entonces empezarás a armar el rompecabezas. Lo entiendas o no, me encontrarás en las frases subrayadas, en mis comentarios, y mi ausencia ya no será tan vacía. Es probable que en mis palabras recuperes el tacto de estos brazos que tanto te sostuvieron. Es probable que así, mi muchachita, dentro de 25 años, sepas quién era esa mujer que era tu abuela, pronta a cumplir ochenta y tantos, cuando tú jugabas inocente en su regazo sin saber que pronto, muy pronto, ya no la tendrías más.

El beso

El punto de unión entre el silencio y la palabra
es como el horizonte contemplado desde el mar:
una línea horizontal, perfecta,
en donde convergen dos azules.
Uno de ellos, sereno,
absolutamente plácido, estable, uniforme.
El otro, ondulante,
sinuoso, cambiando de color con cada golpe de viento.
Cielo y mar mantienen sus esencia
mientras convergen en ese punto único:
“el centro mismo del mundo giratorio”.
Así el beso.
Los amantes
se encuentran de nuevo en el viejo acantilado,
escenario de una despedida previa
en la que ya estaba escrito el reencuentro.
Una vorágine de mar y de sal
estallando espuma contra las rocas:
no así adentro,
el mar interior está tranquilo,
manso,
sereno.
La unión entre el silencio y la palabra
marca el comienzo de algo nuevo,
el nacimiento de una luz blanca,
perfecta, fusión de todos los colores,
cuando dos se hayan hecho uno.
El punto de unión entre el silencio y la palabra
es ese instante en el que las bocas se unen,
una única esencia dividida
pero sólo en apariencia:
una única esencia al fin completa.

(R)2000

¡Empezamos!

¡Empezamos!

Sopotocientos era un programa de televisión que marcó mi niñez, como le habrá pasado a cualquier venezolano que creció en los 70 (en la foto, Potamito y Doña Coco). Muchísimas cosas han cambiado desde entonces. Ahora vivo en Madrid, por ejemplo - por no hablar de lo que ha cambiado mi país, pero ese es un tema en el que prefiero no adentrarme por los momentos, si me perdonan.

Tengo sopotocientos intereses (cada día más) y en estas páginas quiero explorarlos. Todos. A ver si me centro y me organizo, que ya va haciendo falta. Una de mis pasiones es, sin duda, la escritura. Pero también el teatro, la pintura, la música, el arte en general. Por otro lado, me interesan mucho las terapias energéticas, de las que algo he ido aprendiendo a lo largo de varios años, y sobre las que también quiero escribir.

¿Por qué un blog? Porque, aparte de que creo que me puede ayudar a centrarme (al tener que centrar mis pensamientos y organizarlos en una forma que no permite el papel), me da curiosidad. Eso de que te pueda leer todo el mundo así, de pronto, siempre da un poco de miedo - nunca he tenido nada de exhibicionista, y soy más bien tímida (según en qué situaciones), pero la posibilidad de llegarle a alguien que está Del Otro Lado me seduce en cierto modo. Esto es, ni más ni menos, un experimento. A ver cómo sale.